En nuestra vida es muy probable que nos encontremos con alguna persona que nos resulte particularmente insoportable. Ya sea por sus palabras, gestos, actitudes u otras cosas. Y decimos, explícitamente o en pensamiento, "esa persona nunca va a cambiar". Con esta frase lapidamos a tal persona.
Algo parecido sucedió en la historia de la mujer adúltera que los judíos trajeron delante de Jesús. Estos hombres, moralistas y justos a su propia vista, le dijeron a Jesús: "en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres: Tú, pues ¿qué dices? (Juan 8:5).
Jesús no cayó en su hipocresía moralista y respondió: "El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella" (Juan 8:7).
Todos se fueron y al final, mostrando su gran amor y misericordia, dijo a la mujer: "Ni yo te condeno; vete, y no peques más" (Juan 8:11)
Nosotros no somos nadie para condenar a otra persona. Ni con palabras ni con nuestros pensamientos. Dios quiere la salvación de todo hombre. Esta fue la razón por la cual murió Jesucristo, el justo, en la cruz. Esta salvación está disponible por la fe a todo aquel que se acerca a Dios en arrepentimiento. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna." (Juan 3:16)
Habrá personas que nos parecerá que nunca podrán ser salvos. Pero, Dios no piensa lo mismo. Él se conoce a sí mismo y sabe cuán grande es su amor, poder y misericordia. No hay una vida que Dios no pueda rescatarla.
26 Los que lo oyeron preguntaron: --Entonces, ¿quién podrá salvarse?
27 --Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios --aclaró Jesús.
8 Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios,
9 no por obras, para que nadie se jacte.
Rubén.
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